A CABO DE UN RATO, EL CEMENTERIO O CAMPO SANTO
A bien o mal traer, amistades y compañías venimos a visitar a nuestros muertos el primer día de noviembre. El Cementerio, o Camposanto, junto a la Iglesia del pueblo, se encuentra sobre un cotarro que destaca en la lejanía. La iglesia es regordeta y chaparra, como los vecinos que la habitan. Tienen un cura caminante, cual alcaraván zancudo, que da consejo y para sí no tiene ninguno, con cuatro o cinco pueblos más. Quien, al mismo tiempo, es sacristán; aunque le ayudan las mujeres del pueblo, a quien llaman “Padre”.
El cristianismo de este pueblo lleva en sus entrañas un odio fino pues, a veces, cuando pasa un difunto en andas camino del Cementerio, se escucha decir a algunas gentes:
-A cada puerco le llega su san Martín; que se toma de que por San Martín se matan los puercos.
Ves al muerto o la muerta pasar y, en verdad, piensas que: “No hay plazo que no llegue”.
Es bueno el día que se enterró a un tal Porras y el cura, antes de despedirse de él en nombre de todo el pueblo, y antes de que le echaran la tierra encima de la caja mortuoria, dijo:
-Acá venimos con Porras, ¡descanse en Paz¡
Algunos forasteros o familiares de fuera pensaron que, después del entierro, nos daban café con leche, o chocolate con porras, que aquí serían “Sardinillas”, pastel típico del pueblo.
Otro día de entierro, sucedió que habían enterrado a un tal “Lobo”, y algunas comadres, que estaban presentes en el responso, se separaron del grupo responsorial, exclamando una de ellas:
-Achicar, comadres, que viene la Galga.
La Galga es una mujer poco estimada en el pueblo pues se comentaba que la habían pasado por la braga, en el Cotarro, o en la típica bodega, junto a las tapias del Cementerio, varios vecinos del pueblo.
Una de las comadres le dijo nada más acercarse a ellas:
-Ahora sí que estarás contenta, que tienes un marido para siempre fuera, y dos dentro, pues traía mellizos de no se sabe cuál caballero.
Ella sonrió, echando una sola lágrima de su ojo izquierdo.
Yo, al salir del Cementerio, comencé a pensar y recitar:
--A la Muerte voy, de la Muerte vengo, si no son amores, no sé qué me tengo.
Dando unos pasos y otros hasta la Plaza, proseguí en cantar:
-Andome en la villa, sobre todo fiestas patronales y, en la velada musical, preparo mi ballestilla de cazar Chichis pardales, aunque después, no me coma ni uno.